martes, noviembre 05, 2013

El sermón sobre la caída de Roma, literatura filosófica... pero no tanto

Esta novela de Jerôme Ferrari se adjudico el prestigioso premio Goncourt en su edición de 2012 y ha llegado recientemente a nuestras librerías y bibliotecas.

Aunque en el título la he calificado como literatura filosófica, también lo he matizado; pero ese matiz en ningún caso quiere hacer resaltar un demérito. Al contrario, El sermón sobre la caída de Roma es una novela muy bien escrita. Con un estilo denso y poderoso, extraordinario dominio del lenguaje y el vocabulario. Muy bien matizada en cada una de sus líneas. Certera hasta la extenuación en ocasiones. En ese sentido, el no tanto; más que un matiz es un halago, puesto que la novela también tiene una elaborada trama. Es decir, no es un mero ejercicio estilístico. Aunque desde luego estilo tiene y mucho. Quizás no el más elegante, pero si desde luego muy trabajado. El estilo que puede aportar un escritor aplicado y consciente de su capacidad. Quizás no un grandisimo escritor, pero si un escritor dotado.

Hay que decir además que ese trabajo es doble, pues no se aplica únicamente al estilo literario, si no que las diversas líneas argumentales también lo están. Y lo que a priori podría ser una historia intergeneracional lineal, está estructurada de tal manera que hay que avanzar bastante en la lectura de la novela para hacerse una composición de lugar comprensible. Quizás lo más destacado de la novela sea precisamente su arquitectura interna. Con diversas tramas hilvanadas en complicados saltos temporales, que acaban por confluir a medida que se avanza.

El sermón sobre la caída de Roma podría haber sido una simple buena novela con una historia que contar, porque esa historia existe. Pero el autor ha preferido exigirse a sí mismo y al lector un esfuerzo mayor consiguiendo una resultado más alto. La historia de los dos amigos que deciden abandonar sus estudios de Filosofía en Paris para regentar un bar en Córcega habría sido más que suficiente para una novela de esas como las que existen muchas. Los preámbulos de por qué el bar se queda vacio, el grupo de camareras que trabajan en él, el paisanaje que lo frecuenta, las características personales y colectivas del pueblo corso, y sobre todo cómo termina esta historia, esa particular y brillante caída de Roma, habrían dado de sobra si para un best seller apañado. Pero afortunadamente el autor se ha esforzado al complementar tramas y diseccionar el lenguaje para obtener un resultado mucho mejor.

A buen seguro habrá perdido lectores por el camino. Esperemos que el Goncourt le recompense en este sentido; pero quienes perseveren en la lectura lo agradecerán porque a mi entender la historia del abuelo como funcionario en una perdida colonia africana es la parte más lograda de la novela. Si a ello le añadimos las referencias filosóficas e históricas a San Agustín de Hipona, a quien la hermana del protagonista busca como arqueóloga en Argelia, contribuyen a realzar el peso específico de esta breve, pero consistente novela. Una reflexión sobre el devenir personal y el hundimiento de todos los mundos, personales o colectivos, por más sólidos que los consideremos.

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