martes, diciembre 27, 2016

"Noticias de la Segunda Guerra Carlista y otros textos". Algunas reflexiones sobre el carlismo

Si hay una ideología que en la Península Ibérica haya llegado al nivel de infiltración popular que tuvo el anarquismo, esta es sin duda, y aunque anterior en el tiempo, el Carlismo. De la misma manera, ambas se han visto perseguidas por el sistema imperante y ambas han vivido la división en sus filas, contribuyendo así a su propia debilidad.

Puede que las similitudes se acaben ahí, pues en principio, cuando la historia las llevó a convivir en su máximo apogeo, ambas se convirtieron en encarnizadas enemigas, pero puede que en algún momento, las relaciones no oficiales, que siempre fueron malas, si no de los anhelos de sus seguidores, tuvieran algún punto de conexión más estrecho. O no. 

En este blog se ha escrito mucho sobre anarquismo. No se ha hecho tanto sobre carlismo, porque personal e ideológicamente me llama menos la atención, pero he de reconocer que es un movimiento político curioso, aunque con momentos históricos terriblemente crueles.

En principio, el origen del Carlismo es claro. En el Siglo XIX, Fernando VII derogó la Ley Sálica para que su hija pudiera acceder al trono, en lugar de su hermano Carlos María Isidro a quien le correspondería hacerlo en caso de que esa ley que impedía el acceso de las mujeres al trono, no se hubiera derogado. Esta fue la causa oficial del conflicto carlista. Y carlistas se llamarón quienes apoyaron, incluso con la fuerza de las armas, el derecho de Carlos María y sus sucesores a acceder al trono de España.

Pero tras el carlismo no se ocultaba tan solo la cuestión dinástica, también bajo su lema de Dios, Patria y Rey se enrolaron quienes se oponían a la modernización y quienes salieron perjudicados del avance imparable de la liberalización y las desamortizaciones. Se mezcló así una especie de fuerismo regional, integrismo religioso y romanticismo monárquico que enraizó fuertemente en las clases populares de amplias zonas del país.

El carlismo provocó tres guerras civiles durante el S. XIX y su fuerza se mantuvo constante hasta el punto de que su apoyo fue más que decisivo para el triunfo del alzamiento fascista de 1936 contra la II República. Curiosamente la única guerra que vencieron, la del 36, fue la contribuyó definitivamente a su ocaso posterior.

Y aquí es donde entra en consideración el librito que quisiera comentar hoy Noticias de la Segunda Guerra Carlista y otros textos, del ya desaparecido escritor navarro Pablo Antoñana. En realidad son varios y breves escritos del autor en el que este reflexiona sobre la historia y el sentido del carlismo.
No espere el lector grandes descubrimientos sobre esta ideología en el libro en cuestión, pero sí que hay una serie de reflexiones, que además se repiten en los diferentes textos que despertarán cierto interés en el lector inquieto.

Sin duda, la más interesante, es la de que es necesario distinguir entre la oficialidad del carlismo, con sus reyes, sus guerras, sus oropeles y su mesianismo, de la entrega del pueblo a la causa del carlismo. Un buen numero de campesinos, pobres, iletrados, y humildes que una vez tras otra fueron capaces de ponerse en pie tras la derrota para volver a enrolarse en las filas de la rebelión cuando la inteligentsia carlista así lo reclamaba. Son los derrotados del progreso, las victimas colaterales y sin embargo, dejarán en herencia su ideología que se transmite de padres a hijos durante generaciones, teñidas de gestas militares y traiciones de la élite.

Antoñana no esconde su cariño por estas huestes, como navarro los conoce desde pequeño, y siguiendo la voz del clásico parece compartir aquello de que buen pueblo serían, si tuvieran buen señor. Por lo demás, es un librito ameno, que esconde algunas reflexiones acertadas e interesantes y que en varias ocasiones y que entre otras cosas y con distintos argumentos busca la conexión entre el carlismo popular y la propuesta anarquista. 

Utiliza para ello el programa ideológico carlista que J. Indalecio Caso publicara en 1874 y que establece una especie de sociedad carlista, que según Antoñana podrían suscribir Kropotkin o Proudhom y así mismo afirma que durante la II República “los carlistas de algunos pueblos de la Ribera Navarra, con su círculo, respondieron a la médula del carlismo popular, se pasaron a la CNT anarquista, conducidos por el subconsciente”.

Lo cierto es que no es el único investigador que desde el carlismo ha tratado de enlazar una ideología con la otra. En este enlace se puede leer parte de un texto de José Javier López Antón que incide en la misma idea. Aunque algunas de sus afirmaciones darían pie a más de una discusión.

No sabemos cuánto de realidad se esconden en estas reflexiones, aunque suponemos que serán históricamente comprobables para confirmar su veracidad o rechazarla. Si que sabemos que llegado el alzamiento de Franco del 36, los carlistas de la mano de Mola se pondrán en armas de nuevo en Navarra y en el resto del país y que sus Requetés fueron protagonistas de verdaderas sangrías entre la población de izquierda de la ribera navarra, lugar en el que por cierto no hubo frente de guerra.

Pero si el carlismo se enroló con los que definitivamente ganaron la guerra, puede decirse que no fueron los más beneficiados de la victoria. Franco les obligó a disolverse en el partido único Falange Española Tradicionalista y de la JONS. Una especie de frankestein que englobo a todos los sectores de ultraderecha y ellos aportaron el adjetivo tradicionalista.

Durante la dictadura la convivencia con Falange y otras ramas del régimen no fue de lo más alegre. Así, hubo enfrentamientos armados con Falange, por ejemplo en Bilbao. Su líder Fal Conde hubo de exiliarse en Portugal y a su regreso fue confinado en Menorca. Incluso un grupo insurgente carlista llego a actuar en la clandestinidad contra el franquismo (Grupos de Acción Carlista).

Pero con el final de la dictadura, llego la división. La matanza de Montejurra, mostró la división entre un carlismo popular que se declaraba ahora socialista y autogestionario, aunque sin renunciar a su pasado, y un carlismo elitista de ultra derecha e integrista. 

El carlismo, como la extrema izquierda, no fue legalizado para las primeras elecciones democráticas y la división continúa hoy día entre el Partido Carlista que participó en la fundación de Izquierda Unida y el grupúsculo de ultraderecha Comunión Tradicionalista Carlista. Un lio de narices que hace que por ejemplo los dos sectores estén representados en el consejo asesor del Museo del Carlismo en Estella, cuyas reuniones serán cuanto menos divertidas. Por si fuera poco, también existe una Comunión Tradicionalista enfrentada a la anterior y que sigue reconociendo a D. Sixto como legitimo representante de la dinastia carlista.

Pero todo esto, ya es otra historia.

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