En ocasiones la belleza se instala en pequeños reductos. En propuestas simples. Es increíble percibir en la corta distancia lo mucho que pueden transmitir una guitarra y un piano cuando se ejecutan con pasión, técnica y buen gusto.
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Comenzó sin embargo el concierto con uno de los pocos temas que había escuchado, Django, dedicado al padre de jazz manouche Django Reinhardt, y las primeras sensaciones no fueron demasiado buenas. Ni el sonido era equilibrado, la guitarra se lamentaba en algunos pasajes e incluso el tono de guitarra y piano no parecía el mismo. Pero afortunadamente fue un espejismo. A partir de la segunda pieza, todo comenzó a encajar como debía y para la tercera el sonido y la ejecución alcanzaron una altura que ya no se vino abajo en ningún momento.
Con una puesta en escena sobria, quisiera destacar entre otras muchas cosas la capacidad de la música interpretada por Chano y Josele para atrapar la mente del espectador, envolverla y arrastrarlo a un nivel de evasión al que solo la verdadera música y la belleza pueden llevarte en ocasiones muy determinadas.
El Niño Josele apabulló con su dominio de las 6 cuerdas. Lo mismo cuando tiraba de técnica para hacer volar sus dedos por el mástil a velocidad vertiginosa, sin que la guitarra se resintiera; que cuando puntualmente tiraba de ritmo para dejar caer unos golpes más flamencos o incluso de bulería. Chano Domínguez nos dejo ver porque es uno de los pianistas de jazz flamenco o latín jazz más reconocidos del país. Variaciones sorprendentes, intensidad, nada se echó en falta.
Por lo demás una pareja compenetrada, sincronizada y a la que tenemos que agradecer 75 u 80 minutos de puro gozo y pura belleza. Chano Domínguez explicó que su último trabajo conjunto nació de la propuesta de Fernando Trueba, a quien definió como más melómano que cinéfilo de adaptar una serie de temas. Nuestro agradecimiento para Trueba pues por ser el catalizador de esta verdadera joya musical.